Cartas en el lago
Espero volver a verte pronto
8/21/20243 min read


El tren avanzaba entre colinas verdes, deslizándose por un paisaje que le resultaba tan familiar como lejano. En su bolsillo, un sobre descansaba entre sus dedos: su última carta, la más difícil de escribir. A lo lejos, el pueblo apareció con su iglesia de piedra, sus casas con balcones floridos y, más allá, el lago. Aquel lago que había sido testigo de un amor puro, un amor sin prisas, sin miedos, sin tiempo.
Había pasado tantos años soñando con volver. Desde aquel verano de su infancia en el que conoció a Bianca, su amiga, su confidente, su primer amor. No un amor de caricias y besos, sino de carreras descalzos por el campo, de helados compartidos, de noches inventando historias bajo un cielo infinito. Fue un amor de juego, de inocencia, de esos que no necesitan más que una mirada para entenderse.
Cuando el verano terminó, se prometieron seguir en contacto. Y así lo hicieron, pero no con llamadas ni mensajes instantáneos. Se escribieron postales, porque sabían que en la espera también había amor. Cada carta era un pequeño tesoro que cruzaba mares y montañas, llevando historias del día a día, sueños y secretos hasta el próximo intercambio. La dulzura de la espera hacía que cada palabra fuera aún más valiosa.
Los años pasaron y la vida se empeñó en mantenerlos separados, pero siempre hablaban de volver a verse. Hasta que un día, su carta no encontró respuesta de Bianca, sino de su madre. La enfermedad se la había llevado. Había guardado silencio porque no quería que la tristeza manchara lo que tenían. Quiso que su amor siguiera siendo el mismo hasta el final: intacto, inmaculado.
Ahora, de pie frente al lago, sentía el peso de todos los años, de todas las cartas, de todas las promesas que no pudieron cumplirse. Sacó su última postal y con mano temblorosa se acercó a la orilla, sosteniendo la carta sobre el agua. El viento la tomó con suavidad y, con un último suspiro, la dejó ir. La postal flotó unos instantes antes de hundirse en el lago, como si el destino mismo la reclamara.
El sol comenzaba a ponerse y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que Bianca estaba allí, riendo entre el rumor del agua, nadando por la orilla, esperándolo en algún lugar más allá del tiempo.
No importaban los años, la distancia o la ausencia. Ella se había ido… pero su amor aún le escribía cartas en el lago.
Modelo: @franruizparra

















