El Renacer del Mar

Flotando en el infinito

8/18/20243 min read

El invierno había sido largo. No el del calendario, sino el del alma. Uno de esos inviernos que no se miden en estaciones, sino en cicatrices. En ausencias. En noches interminables donde el frío no solo entumece el cuerpo, sino que se instala en el pecho, llenándolo todo de sombras y vacío. Durante meses, había sentido cómo la desesperanza se filtraba en su interior como agua en una grieta, ahogándolo lentamente, haciéndole olvidar lo que era sentirse ligero, pleno, vivo.

Pero el verano llegó. Y con él, la promesa de una nueva luz.

Caminó hasta la orilla como quien camina hacia un destino inevitable. La arena ardía bajo sus pies descalzos, un recordatorio de que el calor aún existía, de que aún había algo capaz de quemar y despertar los sentidos. Se quitó la ropa lentamente, como quien deja atrás un peso invisible, un manto de tristeza y agotamiento que había llevado demasiado tiempo. Respiró hondo y avanzó.

El agua lo recibió con su abrazo frío, un escalofrío recorrió su piel, pero no se detuvo. Con cada paso, sentía cómo la sal abrazaba su cuerpo, deslizándose sobre su piel como un río de recuerdos que se lavaban con cada ola. Cuando el agua le llegó al pecho, cerró los ojos un instante. Luego, simplemente, se dejó ir.

Flotó.

Y en ese momento, todo cambió.

El mar lo sostuvo con la dulzura de unas manos invisibles, acunándolo como si fuera un niño regresando a casa. Cerró los ojos y dejó que su cuerpo se entregara por completo, como si el agua pudiera desarmarlo y volver a ensamblarlo, pieza por pieza, purificándolo. El sol, allá arriba, acariciaba su rostro, filtrándose a través de sus párpados cerrados en un resplandor dorado. Las olas lo mecían con suavidad, y por primera vez en mucho tiempo, sintió lo que era estar en paz.

Era solo él y el agua. Nada más.

Sintió cómo la tristeza, que durante meses se había aferrado a él como una segunda piel, comenzaba a desprenderse. Cómo los miedos, las dudas, las heridas invisibles que habían marcado su espíritu se disolvían en la inmensidad del océano. El agua entraba en cada grieta de su alma, lavando sus rincones más oscuros, purificándolo, dándole otra oportunidad.

Flotó un poco más, saboreando cada instante, cada segundo de liberación. El sonido del mundo se apagó, solo quedaba el murmullo del agua, la caricia de la brisa, el latido pausado de su corazón. Allí, suspendido entre el cielo y el mar, comprendió algo: no estaba roto. Solo había estado dormido, enterrado bajo capas de frío y dolor. Pero ahora… ahora volvía a despertar.

Abrió los ojos. El azul infinito se extendía sobre él, brillante, inmenso, eterno. Sonrió, sintiendo cómo la última sombra se deslizaba de su pecho, dejándose llevar mar adentro, lejos, hasta desvanecerse por completo.

Respiró hondo una última vez y comenzó a moverse, nadando de regreso a la orilla. Sus pasos en la arena ya no eran los mismos. Eran más ligeros, como si algo dentro de él hubiera renacido.

Modelo: @llechecongalletas