Viajero sin destino
Buscando un hogar
12/5/20241 min read


Siempre en movimiento, siempre de paso. Su vida transcurría entre aeropuertos, estaciones y calles desconocidas, atrapado en un viaje interminable. No solo viajaba por el mundo, también vivía atrapado en otro tipo de trayecto: el de la prisa constante, el de los relojes que avanzaban demasiado rápido, el de los atascos interminables donde el tiempo se escapaba entre bocinazos y semáforos rojos. Su vida era una carretera sin paradas, una vorágine en la que nunca había espacio para detenerse y respirar.
Las ciudades pasaban ante sus ojos como postales efímeras. Tocaba sus calles, probaba su comida, conversaba con su gente, pero nunca lo suficiente. Conocía lugares, pero no los vivía. Conocía personas, pero no las descubría. Y el amor… el amor se escapaba con la misma rapidez con la que cambiaba de destino. Porque el amor no entiende de prisa, no nace en la fugacidad, sino en la pausa.
Solo la noche le ofrecía un respiro. En la oscuridad, el mundo se callaba y el tráfico del día a día desaparecía. En esos momentos, cerraba los ojos y soñaba. Soñaba con una vida donde el tiempo no fuera un enemigo, donde pudiera caminar sin contar los minutos, donde pudiera amar sin la sombra de una despedida. Soñaba con encontrar a alguien que lo hiciera detenerse, que le enseñara que la felicidad no está en la velocidad del viaje, sino en los instantes en los que decidimos quedarnos.
Cada amanecer lo empujaba de nuevo a la carretera, a la rutina, a la inercia de un mundo que nunca se detiene. Pero en el fondo de su alma viajera, aún ardía la esperanza de que, en algún rincón del mundo, el amor lo estuviera esperando. No para seguir viajando, sino para, por primera vez, encontrar un lugar al que llamar hogar.













